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Erik Arellana Bautista

Reconocer

 

Reconocer es una palabra mágica que se lee de izquierda a derecha y al revés.

Al revés ha estado nuestra historia que hoy nos trae aquí a re-conocer el trabajo y la ardua lucha que ha emprendido Yanette Bautista y la fundación que lleva el nombre de su hermana, mi madre, secuestrada y desaparecida forzadamente el 30 de agosto de 1987. Esta organización de familiares ha ido, como la protagonista de una novela de aventuras en medio de una selva, abriendo trocha y camino no solo para su propio caminar sino para que otras personas puedan transitarlo. Ese camino un día cruzó fronteras y por allá en un pueblito perdido de Los Alpes alemanes, llamado Albstadt, de la mano de un ser noble, el señor Karl Kircher, junto con un grupo de amigos a finales del siglo pasado, creamos la Asociación Internacional para los derechos humanos Nydia Erika Bautista. Albstadt, y precisamente el estudio del señor Kircher, fue el punto de partida para que Yanette impulsara su trabajo con mujeres en Turquía, Sri Lanka, Filipinas, México y Colombia, entre muchos otros países en donde se fue gestando la Fundación Nydia Erika en el destierro.

Tras esa experiencia y con un valor que enfrentó la persecución, la estigmatización y las amenazas, en Colombia surge la pequeña organización tras el retorno de Yanette al país después de años de exilio. Nació en la sala de la casa familiar y  fue creciendo con su Escuela de Liderazgo y con su trabajo jurídico en representación de cientos de familiares que fueron depositando sus sueños y esperanzas en la posibilidad de justicia, acompañadas del equipo jurídico.

Debo agradecer a la Fundación Nydia Erika Bautista los procesos de memoria que impulsamos junto a grupos de artistas como el Colectivo Vivoarte que recibió el apoyo de la Fundación en varias ediciones de su Festival, que traía experiencias de comunidades indígenas y campesinas a la ciudad, arte desde las periferias, en medio de un país en conflicto donde la ceguera social parecía —aún parece— una epidemia. El proyecto “Urbanizando la memoria”, con el que buscamos rendir un homenaje al renombrar las calles de Bogotá con nombres de personas desaparecidas forzadamente, es aún un sueño que va dejando pequeñas marcas en rincones y esquinas de Bogotá. Los trabajos de muralismo junto a la Mesa de Escrache y al Colectivo Dexpierte hace más de una década, y tras los que se realizaron varios murales en homenaje a las víctimas de desapariciones forzadas en la ciudad, siguen interpelando la presencia de las y los ausentes – presentes. Los documentales como “Los puentes invisibles de la memoria” y “N.N. No NAME” que, a principios de este siglo, se atrevieron a mostrar a la comunidad internacional las apuestas de las Comunidades de Paz como las de San José de Apartadó y Dabeiba, fueron posibles gracias al apoyo de la Fundación Nydia Erika Bautista. Al igual que el documental que se exhibe por estos días en Venezuela llamado “Historias de vida” y que comienza con un poema del Juan Manuel Roca llamado “Monumento a los desaparecidos”.

Gracias a la Fundación también fueron posibles mis primeros poemarios como “Tránsitos de un hijo al alba”, donde se encuentra el poema dedicado a Yanette y que hoy quiero compartir con ustedes:

Testigo he sido de sus luchas

fiel admirador de sus conquistas,

que en su nombre y en el nuestro, un día que no recuerdo,

por amor a otros emprendieron juntas todas ellas.

Revestidas con el manto del dolor

repitieron mil veces discursos por amor

no comprendían de dónde provenían

las injustas tristezas que ahora acontecían.

Las vimos todas como locas gritando al viento y al tiempo

que les devolvieran a los suyos con vida, como toca.

Entre discursos, gritos y denuncias se tejían otros brazos,

versos y besos cargados de poesía.

Afuera balas, torturas e indiferencia

era la guerra y era la muerte con su inconclusa tragedia,

Traje de día, vaya que suerte,

vaya que suerte,

el poder de sus leyes sobre la vida se imponía,

se prolongaba el horror de no tenerte, no encontrarte.

Pasaban días y noches, eran tiempos de ausentes,

con lunas ahogadas en llanto,

con soles ciegos de tristeza,

visitaron nuestro camposanto.

Erradicando la belleza sin dejar huella alguna

los arrastraron en sus coches al amparo de las noches.

Como estrellas sobre la tierra caídas,

los ojos de Juana alumbraban,

en la oscuridad de laberintos y cuevas,

la luz que de su alma irradiaba

junto a su paso corto y seguro

descubrimos el paradero de la mamá mía,

quien estuvo un día Desaparecida.

 

Pero la vida no es poesía. Aunque nosotras hayamos trasmutado esa experiencia dolorosa en versos, los traumas, las afectaciones, los dolores siguen ahí intactos. Hace un par de meses decidí no hablar más del tema, de la profunda herida que me atraviesa, que nos atraviesa. Irónicamente la vida tiene otras intenciones. A pocos días de la fecha en la que Nydia Erika cumpliría 70 años, la Fundación que lleva su nombre es reconocida por el Estado colombiano por su compromiso con la paz del país, con los derechos de las víctimas de desaparición forzada, que hoy es Ley de la República. Ojalá estos reconocimientos se dieran sin que fuese necesario que se ordenaran por ley, pero las leyes en Colombia, también han ido cambiando gracias a la lucha de la sociedad. Hace 20 años no era reconocido como delito la desaparición forzada en Colombia. Hoy hay una institucionalidad y un sistema instaurado para enfrentar un delito que supera, según los registros del Estado, más de cien mil víctimas y que, de acuerdo con los datos de la Comisión de la Verdad, podría ser el doble. Se imaginan un cuarto de millón de familias en circunstancias similares o peores que las que vivió la familia Bautista. A ellas ha dedicado sus esfuerzos la Fundación Nydia Erika. Es por ellas el reconocimiento, que esperamos se transforme en un compromiso permanente de las instituciones, de funcionarios y del Estado en su conjunto.

Los compromisos deberían trascender lo simbólico y/o administrativo. No quito valor a las reparaciones simbólicas o a los reconocimientos en público. Después de décadas en los recodos de lo visible, se agradece existir para un estado que jamás ha terminado de reconocer sus responsabilidades en el crimen de la desaparición forzada y poder hablar y reivindicar sin tener que ocultar los rostros. Pero seguimos amenazadas y seguimos sufriendo las consecuencias de la desaparición forzada. Estas secuelas duran generaciones. Todavía hoy, la nieta de Nydia Érika Bautista, que conoce el exilio y el miedo desde su nacimiento, no es reconocida como víctima. Todavía hoy, las leyes ponen fechas, límites y definiciones que excluyen y limitan el acceso al ejercicio pleno de los derechos y la libertad.

Que el trabajo de la Fundación y la memoria de mi madre sirvan de semilla para que un día logremos la paz con derechos y con justicia que merece esta sociedad. Ellas son ejemplo universal de dignidad, ellas representan lo que anhelamos ser.

Imágenes: Unidad para las Víctimas