Monumento a los desaparecidos
Poema de Juan Manuel Roca
Preludio del documental Historias de Vida
Pienso en los talismanes
que dejaron olvidados en un saco,
en las camisas colgadas que revelan sus formas
como si fueran los vestidos
del vestido de sus huesos.
Hago un inventario de vacíos,
de barcas que encallaron en la niebla.
Si es arte de magos esfumarse
al doblar una esquina, ¿ellos son magos?
Si la música es de la misma materia del silencio
son música inaudible, ¿un aire escondido en el aire?
¿Son cuerpos desobedientes,
renuentes a llenar de nuevo un espacio,
a seguir redactando minutas,
saludando al vecino y preparando en el espejo
la cara de ir al trabajo y de volver a casa?
Si las suyas fueran artes encantatorias
podríamos dejar abiertas las ventanas
esperando a que vuelvan
con sus sombreros de copa y liebres en las manos,
al final de una función de despedida.
Los parientes se agolpan en las morgues,
husmean en los hospitales
que respiran a un ritmo entrecortado,
Miran sus rostros pasar como las horas
en las nerviosas rotativas de los diarios,
así como algunos buscan hombres con linternas
y otros buscan su amor
en la oficina de objetos olvidados.
Sin darnos cuenta se llevaron
con ellos un trozo perdido de la ciudad: la calle ciega a la que nadie quiere regresar,
un pedazo de aire que espera que lo habiten.
No son fantasmas. No son endriagos
enredando hilos en la sala de costura,
hijos de la niebla al despunte del día.
Una vieja canción que suena al paso
nos hace creer que los encontraremos,
infieles al llamado de la casa,
con sus zapatos de baile muy lustrosos
al regreso de otra ciudad que han hecho suya.
Pero la canción termina,
o se trueca en bajo fondo.
No importa que sean
el pan sin levadura de las estadísticas,
vagas historias registradas en el libro de pérdidas.
Aún tienen su radio en el mismo punto del dial,
un amor en algún lado,
una palabra a punto de ser pronunciada.
¿Si volvieran tras décadas de esperarlos
se reconocerían
en los retratos pegados en los muros,
en los carteles amarillentos de las comisarías,
en los lienzos que llevan en las marchas,
en los recortes de los diarios atrasados
que guardan entre fotos sus parientes?
En el vaso de la noche están sus huellas.
Algunos huyeron de sí mismos
tocados por la sombra,
otros fueron subidos en carros fantasmas
o llevados a empellones al vacío.
Todo esto me asalta cuando el alcalde la ciudad
con su cara de Pierrot,
con su rostro transido a la salida del Museo de Arte,
le pregunta a un escultor con qué materia levantar
un monumento a los desaparecidos,
que sin ser sólidos, como los días y como Dios,
también se esfuman en el aire.
Juan Manuel Roca
“Temporada de Estatuas” (Visor, 2010)
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