RÍO DE TUMBAS
Poema de Carlos Satizábal
Esta tierra es muy suave, muy tibia, nada estéril,
y la fecundan largos ríos de dolor.
Porfirio Barba Jacob
He descendido de otras orillas,
mis ojos vuelan en la hondura,
mis labios no musitan quejido alguno
pero oigo y pienso y hablo pensamientos.
Otros vienen conmigo, los siento y los sueño.
Oigo el rumor de sus espíritus y les pienso
y ellos piensan y sueñan para mí sus recuerdos.
Muchos llevan quinientos y más años navegando.
La loca algarabía de los peces
se enreda en el tejido de tantas voces mudas.
Alguien canta y el agua apenas se detiene
y tierra abajo besa su canto las rojas orillas.
El humo y las llamas y el aullido solitario
de los perros sin amo se alzan a dios,
muerto también. Dios no viaja con nosotros.
Dios vaga solo en el alto aire sagrado.
Los perros persiguen su cola y gruñen y aúllan.
Oigo en el sueño las varias voces de mi perro
y el ronronear de mis gatos en el jardín.
Igual otros piensan y oyen la voz de sus animales:
sus vacas perezosas arrimando al ordeño,
sus mulas tercas subiendo y bajando las lomas del invierno.
A mi lado la maestra canta nuevas rondas africanas
y los niños dibujan en el cielo de humo los mapas perdidos.
Somos pueblos del agua, de la tierra ardiente, del mar amoroso,
de los páramos de luz, de las altas lagunas de alabastro.
Unos apenas recuerdan el rumor del agua
en la orilla arcillosa del río donde nacieron.
Y otros guardan sólo una sombra del relámpago de las altas lagunas.
O un rojo destello del calor en el espejo del mediodía.
Pero todos en nuestro río anhelamos una arena última. Una playa sola.
Una roca serena que lenta se disuelva en el viento de los siglos.
Todos. Aún aquellos que llegamos del río más secreto u olvidado,
y ya somos sólo canto, rumor del agua en la memoria inútil.